O D I N E A

lunes, 7 de abril de 2008

A medios ojos

Recuerdo perfectamente el día en que Gavilán de Cuatro Flores trajo consigo la mochila de lana de alpaca con una dedicatoria que decia mi nombre. Sus zapatos negros gastados y envueltos en una delicada capa de moho verdoso, me previno del largo viaje que emprendió desde la tierra en donde vuelan los cóndores. Su sonrisa pulcra y bien besada por las gélidas vertientes de la Cordillera Andina, me sedujo de cortejos penetrantes y delirantes a medios ojos. Y se paró frente a mis derretidas sensaciones, con la misma chaqueta raída que cargaba sobre sí el día en que inesperadamente me habló distraído para conseguir fuego, y se sorprendió al verme naufragar en lágrimas al compás de "sin excusas" del Chico Trujillo. Y me quedé quieta. Y se quedó quieto. Esa noche del 24 de enero de 2007, entre olas desorbitadas y apariencias extrañas, le dije con una sonrisa que no tenía fuego, mientras rodó sus dedos por mis enrojecidas mejillas, maniobrando un poco brusco mi cintura e invitándome a bailar ese valsecito. Llevaba olor a vino tinto en sus labios. Gavilán de Cuatro Flores pronunció lo único que esperaba escuchar, procurando no parpadear ni soltar la mochila de lana de alpaca que traía mi dedicatoria. Mi polarizada piel aún recordaba el día en que se acercó a pedirme fuego, en medio del tumulto extasiado de música, noche y desenfreno. No supe la respuesta. El silencio pregonaba la estela de nerviosismo, burlándose de nuestros cuerpos enajenados y deseosos de compartir una misma sábana. Pero no supe la respuesta. Gavilán de Cuatro Flores sabía de aquellos segundos que debía permanecer callado. Entonces comprendió. Lo miré tal cual como aquella noche. Tímida, recordé mis lágrimas. Y se marchó.