O D I N E A

miércoles, 26 de marzo de 2008

Parque Forestal

La casualidad la confundió con la muchacha a quien ella deseo por tiempos. Se le hacía necesario recordar su nombre, pero con debida frecuencia, Roberta de la Cruz prefería olvidar esas extrañas denominaciones con las que catalogaban a seres amados. No podía entender cómo te nombran Soledad, Dolores, Esperanza. Y como se propuso practicar la Justicia, decidió también olvidarse de los demás nombres de aquellos seres que circulan su corta vida de 23 años. Mientras continuaba fumando ese delicado cigarro de hoja verde, recostada en el húmedo pasto del Parque forestal, la muchacha que despidió el olor de anis mezclado con chocolate amargo y agua ardiente, caminaba apresurada por el sendero que marcaban las bermas de piedras y la tierra un poco enlodada. Roberta de la Cruz la comtemplaba, deseando un momento de recostarla junto a su lado, y besarla infinitamente con las caricias de sus dedos, de sus labios y de sus ojos. El olor de la muchacha penetró directo y se enclavó en las profundidades de su cuerpo, tal cual se quedo consigo y para siempre, su deseada Amada Montina, como la llamaba. Sintió ese tumulto de desesperación por no recordar su nombre de vida real, y gritarle de una vez por todas, la cautelosa vigilia que le seguía sin rumbo en esos tiempos. Fue la primera vez que se enfureció por sus utópicos ideales al querer cambiar su pequeño mundo. A ese minuto, la muchacha a quién confundió por llevar ese perfume de noche profana entre agua ardiente, chocolate y anís, se perdió tras los arboles que estiraban su ramaje a las olas del viento cálido. Roberta de la Cruz volvió a recuperar la calma y quiso apresurarse a dar la última fumada al cigarro de hoja verde. Se tomó el cabello enrizado y se lo mantuvo sobre su hombro derecho.

lunes, 10 de marzo de 2008

País para débiles

Debo confesar que para sorpresa de muchos, he decidido bautizar una cinta de 8 mm como "pais para débiles". Comprenderán que es una decisión bastante drástica. Contaré porqué. Yo quería ir al Normandie, pero las cirscuntancias de "esperar a última hora" para matricularme y ser aún una hija de Bello, me hicieron pasar el día entero viajando de aquí allá, y de allá a acá. Almorcé con mi madre. Eso me alegró. Llegué a última hora, toda cansada a recibir el famoso papel que dice: "Hola, usted es la niña que se endeuda en esta universidad". Y me alivié. Y me vino esa extraña sensación de no querer ir sola a ver el séptimo arte. Traté de corromper a la Joplin, y estuve apunto (quizá debería haberle dicho: "ya, te invito 2 helados mejor"). Y esa parsimonía capturó la atención, desencadenando mi debilidad. Sabía que no debía estar sola. Eché de menos a Jaime, caminando por las calles de Santiago, y hablándome en voz baja, para que yo no le entendiera ni pío. Una pareja homosexual tomada de la mano, levantó los brazos formando un arco para que yo pasara por debajo. Y como siempre, accedí a la invitación. En la micro, pensé en el pelo de Bardem ¿Era peluca? Una señora se afirmó de mi cuello y me dejó rojo. Luego pensé en la excelente fotografía... siempre me han gustado los paisajes áridos. Y una escolar me pisó el pie (yo justo andaba con chalitas) Me fui a sentar. En el pendrive sonaba Saiko con de Salon. La vecina ni me pescó. Así que llegué y comí algo. Ahí descubrí que lo que acababa de ver debía llamarse "país para débiles". Hable con la Conti, luego con mi querido Jaime, y Lenin me confesó su partida. Mas, supe que este es un país para débiles. Me bajó la pena.